Nuestra Fundadora
Mujer de gran amor a Dios y entrega a los pobres y desamparados
La Madre Mercedes Jiménez Urzúa, nació el 3 de noviembre de 1871 en Cd. Guzmán, Jalisco, México. Sus padres fueron el Sr. Jesús Prócoro Jiménez y la Sra. María De Jesús Urzúa. Desde pequeña se distinguió por su gran amor a Cristo en la Eucaristía y a la Santísima Virgen María. Dedicaba gran tiempo a la oración, vivió su niñez y juventud en una constante búsqueda de Dios, tratando siempre de hacer su voluntad y descubrir el querer de Dios en su vida. A los 39 años de edad, le responde el Señor que le dice: “Vende todo lo que tienes y sígueme.” (Lucas 18, 22).
Ella ingresó al Primer Monasterio de las Adoratrices de Guadalajara, pero Dios indica otro camino para servirle y se retira por motivos de salud.
Continuaba en oración pidiendo a Dios le señalara el camino para entregarse a Él y a su Reina, buscaba ayuda espiritual en el templo de San Sebastián de Analco con el Padre Manuel Escanes y en confesión le expresa el deseo de ayudar a la niñez pobre y desamparada. Juntos unen su mismo ideal, descubriendo que Dios los invita a a la obra de educar y dar casa a la niñez desamparada, iniciando con seis niñas huérfanas que Dios puso en su camino.
En 1926 se desencadenó el movimiento Cristero y la Congregación se ve afectada en las comunidades ya formadas y en los internados de niños y niñas que existían, pero con la fuerza de Dios, la Madre Mercedes y el Padre Manuel salieron adelante con la naciente Congregación en la Iglesia.
La Madre Mercedes junto con algunas hermanas viajó hacia el extranjero, se hospedaron en el convento de Santa María, en Santa Fe, Nuevo México, donde trabajaron en misiones pobres y pueblos indios del estado, ganándose el corazón de los indios. Estando allá, su anuncio del Evangelio llegó hasta Azusa, California y San Antonio Texas.
El 16 de septiembre de 1954 entrega su vida al Creador después de orar y bendecir a su Congregación. Nos dejó como principal herencia su lema espiritual: “¡Sólo Dios!” para que confiemos nuestra vida y obra sólo en Él. Nos enseñó con su vida el Camino a la Santidad a través del servicio a los niños y jóvenes con una actitud de disponibilidad en la misión: “Aquí estoy Señor, envíame.” (Isaías 6, 8).
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